Es sábado,El despertador sonó super pronto, a las 6,45, preparo mi café con los ojos cerrados, y me ducho. y me meto en el uniforme de viajar; mis vaqueros, camiseta blanca, jersey cuello pico color crudo y deportivas. En el bolso siempre hay otra camiseta, que en bodega puedes salir con alguna que otra mancha, libreta y boli, iphone bien cargado y breve neceser, siempre cepillo de dientes y pasta blanqueadora, vamos a currar, y a disfrutar. Me sentí contenta, activa, con ganas de salir corriendo, nos esperaba un día productivo.
Bajo la calle Huertas temprano, los bares acaban de cerrar, pero la gente sigue en la calle. La noche Madrileña es así, no cuenta la lluvia, ni el frío, la gente ama la noche en esta pequeña gran ciudad, hablan, ríen , juegan, una chica y un chico se deshacen en besos en calle de Cervantes en la oscuridad de un soportal, y mientras yo acelero el paso, porque hoy no quiero ser parte de esta postal nocturna, quiero llegar pronto al Paseo del Prado, donde me recogen y saldremos pitando a Valladolid, donde nos esperan para enseñarnos una bodega y ver los racimos antes de una vendimia especial.
Mientras camino rápido, capto esos olores que dejan los bares nocturnos, humo de tabaco, humanidad, alcohol , detergentes y ambientadores baratos a granel y en los callejones más oscuros sale ese característico olor a orín nocturno de gentío que consume alcohol. Y con la mezcla del calor y la lluvia, se acentúan mucho más esos olores.
Este verano en Madrid ha hecho un calor de mil demonios, ola de calor, en toda Europa, y los viñedos acusan estas temperaturas, al igual que las primeras lluvias, tan peligrosas para el campo, con sus primeras tormentas y granizos, donde se juegan tanto en tan poco, y se puede hacer tan poco por evitarlo.
Son esas cosas que aunque las puedas preveer, no las puedes evitar.
Llego al paseo Del Prado y sigo cruzandome con gente con ganas de vacilar, pero mi onda y mi paso ligero, les recuerda que la vida nocturna está a punto de acabarse, porque los primeros rayos de sol casi van a salir . Suerte para ellos que la mañana se presiente nublada y húmeda.
Está amaneciendo.
Me paro al borde de la acera y por fin para frente a mí una Mercedes Vito negro, que reconozco por una pegatina amarilla fosforita que lleva en el lateral “ Zarautz”, me parece que es muy antiguo eso de poner pegatinas en los coches , para que sepan los demás dónde veraneas o gastas tu tiempo libre, tipo Baqueira, ANdorra,o Marbella, para eso tenemos ahora las redes sociales, pero bueno, cada uno que tenga sus cosas como quiera, pienso.
Y se baja la ventanilla!! -¡Vamos niña, que vienes demasiado guapa para ir a vendimiar!!! grita María. Y nos da un ataque de risa a los cuatro a la vez. Siete y media de la mañana y se palpan las ganas que tenemos de pasar el día juntos!
Se abre un gran portón y allí están mis amigos vinateros, sin pensar y de un saltito, subo al furgón del equipo A y comienza nuestro viaje.
Mariola y Cecilia no han podido venir esta vez.
Hablamos los cuatro a la vez, besos y saludos.
Atrás dejamos Madrid, y cuando entramos en la carretera abro la ventana para respirar el aire de la mañana, frío, húmedo y con aromas de campo. Dejando atrás el aire comprimido y cargado de vida humana, llena de electricidad. Este frío puro me da la vida.
Puedo ver como empieza a amanecer y la vida renace, los primeros rayos de sol, la mañana alegre en el campo recién segado. Donde antes habían campos de girasoles, que te saludaban al pasar.
Apoyo mi cabeza en el reposacabezas , cierro los ojos y respiro profundo y en ese momento noto que alguien acaricia mi mano, es María mi compañera de viajes vinícolas, nos miramos y sin mediar palabras nos decimos todo, y sabemos que tenemos por delante todo un día para contarnos nuestras cosas, aunque con la mirada nos basta para saber que el corazón se recompone poco a poco. Ella conoce la historia de mis sueños rotos, que poco a poco voy pegando a cachitos, como un puzzle al que se le han perdido piezas. Apoya su cabeza sobre mi hombro y suspiramos a la vez.