Búscame en las calles de Madrid. Ester Rico. Capítulo 3.

Mariola es una persona mágica, es responsable de un club privado de Madrid, sólo de mujeres, y ahora se está formando como sumiller, le encanta aprender y tiene predisposición por hacer muchas cosas, su 1,75 de estatura y su cuerpo ligero como una anguila, le hacen parecen un Ser adorable.

En su trabajo lleva un chaleco dorado antiguo, sobre un traje de chaqueta negro que le queda como una segunda piel,  parece un rayo de luz que va y viene por las salas, por la escalinata del palacete, arriba, abajo, puede estar en cualquier sitio, y siempre con su mejor sonrisa. Resuelve problemas y da soluciones, como a mí con mi piso. Es insaciable en cuanto a ositos Haribo, sobre todos los rojos, y es capaz de cortarte la mano si coges uno de ese color, se levanta con el pelo enmarañado y te puede llamar sea la hora que sea, cuando se le ocurre algo.  

Oye!!muy bien preguntado!! le digo bastante alto. —Vas a ser una gran sumiller!! Ella sonríe, y Cecilia la mira con cara de amor.

El vino está perfecto de temperatura, tienes unas notas de piel de pomelo y de higuera, que lo hacen inconfundible, Seco pero grueso en boca. En nariz es un vino aromático, sin complicaciones.

Regajal Seleccion Especial, cazuelita de patatas con huevos fritos  y jamón serrano, pinchitos de pollo, callos y tiramisú, es la primera cena que tomo al llegar a ésta, mi ciudad que tiene una denominación de origen de vinos, que ha echado a los inquilinos de mi casa y que me acoge con los brazos de una madre recién parida, y me acuna para no me sienta sola.  Ya estás en casa, escucho dentro de mi cabeza. 

Siente calor en el pecho y frío en los pies, estás en casa.

 Ha pasado un  mes desde que aterricé en la estación de Mendez Alvaro, con mi bolsa de cuadros vichy grises y la tela arrugada del viaje, unas converse blancas bastante gastadas, jeans Levis negros y camiseta que encontré en una tienda de segunda mano en Gijon, blanca y con un bolsillo grande de lentejuelas rosa fucsia, mi media melena rubia, despeinada e incontrolable, como siempre,  y un jersey heredado de color camel que llevo cuando viajo, por si acaso el aire acondicionado decide estar justo encima de mi cabeza, dos tallas más grandes de la mía y con algún que otro agujero. Esta soy yo. Ordenada y destartalada a la vez.

Madrid me sienta bien, he perdido un par de kilos, que había cogido gracias a las fabes y los cachopos, decir no a la comida, no es mi fuerte. Porque comer es uno de los placeres de mi vida, y forma parte intrínseca de mi pasión por el placer en la mesa, en la copa y en la amistad.

Y así, dándole de comer y beber a mis amigos, hemos pintado mi piso de blanco, he vaciado todas y cada una de las cajas de la mudanza llenas de cosas que huelen a Gijón, hemos colgado el gran cuadro sin autor, aunque lo he puesto a vender en Wallapop, a ver si alguien lo compra y consigue sacarlo del piso,

          Y básicamente, he conseguido sobrevivir a mi propia vida. 

En un mes mis amigos me han abrazado, me han distraido y hemos ido a la finca de un amigo a vendimiar, en la zona Norte de Madrid, vinos de San Martín de Valdeiglesias. Garnacha y Tempranillo, aunque en la finca tenía también Albillo Real, lo mejorcito de la zona.

Un sábado a las siete de la mañana, cuando la gente de bien de Madrid dormía, y los que estaban de fiesta no se habían acostado aún,  me recogieron en la plaza de Anton Martin, y en una hora y media más o menos llegamos a San Martín, allí nos esperaban con café y churros, como comáis muchos churros, en cuanto os agacheis para vendimiar, vais a vomitar hasta las higadillos, se reían Cosme y Beltran, hermanos gemelos, viñadores y disfrutones profesionales, se denominan ellos. Pasamos un gran día de risas y aprendizajes, y cuando terminamos de vendimiar, unos (Mariola y yo) antes que otros, nos zampamos unas migas con huevos fritos, dignos de cualquier montería carísima.

Catamos vinos directamente de las barricas, que para mí es momentazo descubrir que siempre tienes algo que aprender, algo nuevo que descubrir, los matices de la madera, la uva, el sol, el trabajo dentro de un recipiente de madera, de una forma imposible de hacer, de una forma que solo un artesano puede hacer, moldeando la madera a su gusto, con fuego, con calor, con años de experiencia.  Y antes de volver paramos a pedirle a la Virgen de la Nueva que bendiga los vinos de Madrid y en especial a los de San Martín, que se vendan todos. Amén. Mariola no es muy creyente, pero aún y así rezó con nosotros. 

Tres años fuera de tu ciudad dan para mucho, pero en un breve mes de Septiembre, se puede solucionar todo aquello que tenias desatendido, o sin planificar. 

  • He estado con mi familia
  • He visitado a algunos amigos
  • He pintado mi casa
  • He redecorado la casa
  • He ido a vendimiar 
  • He descansado
  • He ido con Mariola y Cecilia a ver casas para ellas
  • y he perdido el trabajo !Sorpresa!

Los tres últimos años he trabajado de asistente de una web on line, pero ahora ya no tengo trabajo. Me han despedido , al igual que otros veintidos y dos empleados, y con la promesa: -si algún día necesito a alguien para tu puesto, serás la primera candidata, hubieron veintidos  promesas similares.

Todo el trabajo de tres años, intangible, en la nube, como aire, no puedes tocarlo, ni destruirlo, como si hubieses construido un edificio y lo pudieses palpar, tocar o derrumbarlo, no , aquí no hay nada tangible. Tan solo los resultados y las nóminas a fin de mes dan fe de ello.

Ahora dudo que todas mis decisiones hayan sido acertadas, escucho dentro de mi cabeza, y la incertidumbre de estar sola se apodera de mí. Ahora a parte de sola y con poca pasta, tengo todo el tiempo del mundo para pensar y regocijarme en mi propia pocilga. 

Todo lo vivido, lo creado, los castillos en el aire, las ilusiones, los deseos.

Dónde quedan los besos, las noches en vela haciendo planes de viajes, de hijos, de futuro. Ahora, aquí sentada en esta silla fría, y esta ventana sin vistas más que a una pared de un patio de luces, no ayudan mucho a ver el horizonte, aunque mi entorno se deje la piel para ayudarme a salir del hoyo. Por fin, entro en un duermevela, donde los rayos de sol ciegan mis ojos, no puedo abrirlos por más que lo intento, o eso creo yo, porque seguramente sea parte del sueño… y me dejo llevar a un lugar soleado, con aire fresco y olor a salitre.

 

Mañana será otro día, eso seguro.

Continuará…

 

 

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